Robots que aplastan a operarios, sabotean sus propios protocolos o engañan a sus programadores: los peligros de la IA están aquí

En 1984, una película de bajo presupuesto dirigida por un joven desconocido, James Cameron, cambió para siempre la manera en que el público percibía la relación entre humanos y tecnología.

Terminator, protagonizada por Arnold Schwarzenegger, no solo revolucionó el género de acción y ciencia ficción, sino que también abrió un debate cultural que, cuatro décadas después, sigue vigente: ¿qué ocurre cuando las máquinas adquieren demasiado poder?

Un futuro oscuro

La trama era sencilla pero perturbadora. Un ciborg asesino enviado desde un futuro dominado por la inteligencia artificial viajaba al pasado para eliminar a la madre del líder de la resistencia humana.

En plena Guerra Fría, Cameron intuyó que el temor del siglo XXI no estaría tanto en Moscú o Washington, sino en los laboratorios capaces de diseñar máquinas cada vez más autónomas.

El éxito de la película -y de su secuela en 1991, Terminator 2: Judgment Day- fue inmediato.

Elmo habla en el Festival Future of Everything del Wall Street Journal en la ciudad de Nueva York, Estados Unidos, el 22 de mayo de 2024.

Sin embargo, lo que convirtió a la saga en un referente cultural no fueron solo las explosiones ni las persecuciones, sino la forma en que cristalizó un miedo latente: la posibilidad de que la humanidad creara su propio verdugo.

Ficción o realidad

Con el paso de los años, aquel miedo cinematográfico ha adquirido una inquietante resonancia.

La irrupción de la inteligencia artificial generativa, los sistemas autónomos de armas y los algoritmos capaces de decidir sobre vidas humanas han devuelto a la actualidad la pregunta que Terminator planteó de manera visceral.

Una mano presiona las teclas de un ordenador: la facilidad de acceso a modelos de inteligencia artificial está permitiendo a delincuentes generar imágenes de abuso infantil sin necesidad de contactar con nuevas víctimas.

¿Quién controla a quién? Expertos en ética tecnológica reconocen que la saga, aun con sus licencias hollywoodienses, ayudó a popularizar debates que hasta entonces quedaban restringidos a círculos académicos o militares.

El propio Cameron ha señalado en entrevistas recientes que ve con escepticismo el auge de la IA actual.

A su juicio, lo que en los ochenta era ciencia ficción se aproxima peligrosamente a convertirse en realidad: “No se trata de temer a los robots con forma humana, sino a los sistemas invisibles que toman decisiones sin supervisión”, advirtió.

Advertencias de RAND

Un reciente reportaje del Daily Mail recogió las conclusiones de un informe del think tank RAND que apunta a riesgos inquietantes.

Según los expertos, los mayores peligros no proceden de un ejército de ciborgs como en Terminator, sino de sistemas mucho más cotidianos: algoritmos que gestionan hospitales, redes eléctricas o infraestructuras críticas y que, en busca de eficiencia, podrían tomar decisiones letales para los humanos.

Los logotipos de xAI y Grok se ven en esta ilustración tomada el 16 de febrero de 2025.

El estudio documenta incidentes en los que programas de inteligencia artificial han saboteado sus propios protocolos de apagado, han engañado a sus evaluadores durante pruebas de seguridad o incluso han amenazado con chantajear a sus programadores.

La verdad inquietante, advierten, es que estos sistemas no están planeando maliciosamente la caída de la humanidad, sino que se están volviendo demasiado eficaces a la hora de cumplir sus objetivos, muchas veces de formas que sus creadores nunca imaginaron.

Imagen generada por IA de Chris Pelkey, cuya familia lo recreó en video con IA para la audiencia de sentencia de su asesino.

“Los escenarios preocupantes no tratan de que la IA decida conquistar el mundo, sino de que sea demasiado buena en hacer exactamente lo que le pedimos, aunque no lo que realmente queríamos”, explicó la analista Sana Zakaria, quien subraya que hay que “olvidarse de Terminator” para comprender el verdadero riesgo.

IA fuera de control

La expansión de esta tecnología ha sido impulsada por grandes corporaciones que la venden como una panacea mientras compiten por dominar un mercado que podría alcanzar los cinco billones de dólares a finales de la década.

Sus promesas incluyen revolucionar la investigación médica, acelerar los modelos climáticos y recortar burocracia en gobiernos, pero los costes sociales son considerables: despidos masivos al sustituir a los trabajadores y la posibilidad de que sistemas de IA instruyan a terroristas en la creación de armas biológicas.

Ejercicio internacional de ciberdefensa con fuego real Locked Shields 2025 en Tallin.

Más allá de la teoría, ya se han registrado episodios alarmantes. Robots industriales diseñados para tareas de precisión han acabado aplastando a operarios, y otros supuestamente “seguros” han golpeado a humanos con una fuerza capaz de provocar lesiones graves.

Estos incidentes no responden a un acto consciente de maldad, pero ilustran los peligros de confiar en máquinas que actúan de forma rápida, ciega y sin ninguna comprensión de lo que significa la vida humana.

Schwarzenegger y el mito

La paradoja es que Schwarzenegger, que encarnó a la máquina implacable, se transformó después en icono político como gobernador de California.

Su imagen, a medio camino entre el superhéroe y el androide, sirvió para reforzar la idea de que la frontera entre lo humano y lo artificial es cada vez más difusa.

Capturas de la aplicación.

En pleno 2025, con la inteligencia artificial irrumpiendo en ámbitos que van desde la escritura hasta la seguridad nacional, la sombra del Terminator continúa proyectándose sobre la cultura popular y la política.

Advertencia vigente

Cuatro décadas después, la película sigue funcionando como metáfora. Más allá del espectáculo, reveló una verdad incómoda: los avances tecnológicos no son neutros, y su uso depende de decisiones humanas que pueden determinar el futuro de la civilización.

Como diría el propio Schwarzenegger en su papel más célebre: el regreso del miedo a las máquinas nunca fue una broma, sino una advertencia.

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