Los conflictos ambientales nunca aparecen de golpe, siempre se acumulan hasta desbordar. Yellowstone ejemplifica esa dinámica con una historia cargada de tensiones ecológicas, políticas y sociales. El parque, considerado un emblema de la conservación en Estados Unidos, atravesó periodos en los que sus paisajes y especies sufrieron el impacto directo de la actividad humana.
Las políticas de control de fauna, la caza indiscriminada del pasado y las presiones del sector ganadero marcaron su devenir. En ese contexto, Yellowstone se convirtió en un espacio que refleja tanto la grandeza de un ecosistema protegido como los problemas que acompañan a su gestión.
Un estudio científico confirma que los bisontes reactivan los pastos y enriquecen el suelo
La situación de los bisontes es quizá el caso más ilustrativo. A comienzos del siglo XX apenas sobrevivían unas pocas decenas en el parque, tras décadas de exterminio asociado a la colonización y la expansión del ferrocarril. La recuperación posterior permitió que hoy existan cerca de 5.000 ejemplares en libertad dentro de Yellowstone.
Estos animales recorren cada año cientos de kilómetros siguiendo corredores migratorios, lo que tiene un efecto importante en la estructura de los pastizales y en la dinámica de otras especies.
El reciente estudio publicado en la revista Science por investigadores del Servicio de Parques Nacionales, la Universidad Washington and Lee y la Universidad de Wyoming demuestra cómo esos desplazamientos desencadenan procesos ecológicos de gran escala.

Yellowstone muestra cómo los conflictos ambientales se acumulan hasta transformar un ecosistema
National Park Service
Los científicos midieron que las plantas pastoreadas vuelven a crecer con un 150 % más de nutrientes, gracias al estímulo del ciclo del nitrógeno que provocan los grandes herbívoros. Según explicó Bill Hamilton, coautor del trabajo y profesor en Washington and Lee, “los pastos exudan carbono en el suelo después de ser pastados, y eso en realidad estimula las poblaciones microbianas durante hasta 48 horas”.
Los beneficios se extienden a la cadena alimentaria completa. Ciervos, alces, berrendos y borregos cimarrones aprovechan la hierba más densa y nutritiva que dejan los bisontes a su paso. Jerod Merkle, de la Universidad de Wyoming, subrayó en declaraciones recogidas por el Servicio de Parques Nacionales que “debemos dejar de pensar en los bisontes como ganado clásico, y pensemos en ellos como una especie que crea heterogeneidad, que necesita grandes espacios para moverse y que está bien tener grandes grupos de ellos a veces”.
La libertad de Yellowstone contrasta con la gestión limitada en terrenos privados
Ese impacto positivo contrasta con las visiones más restrictivas que dominan fuera del parque. Cerca del 95 % de los aproximadamente 400.000 bisontes que existen en América del Norte viven en terrenos privados y son tratados como ganado.
Solo una minoría de poblaciones disfruta de libertad de movimientos comparable a la de Yellowstone. En muchos programas de conservación se gestionan rebaños pequeños, confinados en áreas cerradas, lo que limita los procesos ecológicos asociados a la migración.
Los efectos de esa libertad también se verificaron en los seguimientos realizados con GPS y satélites entre 2015 y 2021. Los investigadores observaron que incluso las áreas que parecían sobrepastoreadas mantenían altos niveles de productividad y diversidad.

Las mediciones demostraron que su pastoreo incrementa nutrientes y favorece la vida microbiana, generando un efecto dominó que alimenta a ciervos, alces y otros herbívoros en libertad
National Park Service
El estiércol y la orina de los animales actuaban como fertilizantes naturales, y la renovación constante de los pastizales sostenía una dinámica ecológica activa. Según publicó The New York Times, Hamilton añadió que “los humanos han estado aplicando estiércol como fertilizante durante milenios, así que sabemos que es un fertilizante importante”.
El debate sobre la gestión de Yellowstone no se limita al ámbito científico. Los intereses agrícolas han chocado de manera recurrente con la protección de la fauna. Ganaderos de la región argumentan que los bisontes dañan cercas y pueden transmitir enfermedades al ganado doméstico. Sin embargo, los estudios confirman que el parque funciona como un laboratorio vivo que permite comprobar la magnitud de los procesos naturales cuando se dejan actuar sin restricciones.
La historia del bisonte pasa del exterminio masivo a la supervivencia en Yellowstone
La historia del bisonte está marcada por el contraste entre el exterminio del siglo XIX y la recuperación parcial del siglo XX. Cifras estimadas sitúan su población original en decenas de millones antes de que la expansión colonial provocara su derrumbe.
La caza masiva desde trenes y la política de privar a las comunidades nativas de su recurso principal explican esa catástrofe. Una exposición en el Museo de los Indios y Pioneros de las Llanuras muestra un cartel de época con la frase Mata todos los bisontes que puedas. Cada bisonte muerto es un indígena menos.
En Yellowstone la historia dio un giro diferente gracias a su estatus de parque nacional. Allí se mantiene una población salvaje que conserva la dinámica migratoria y que influye en todo el ecosistema. Tony Heinert, del Bureau of Indian Affairs y miembro de la tribu Rosebud Sioux, resumió esa relación ancestral en declaraciones a The New York Times cuando dijo: “El bisonte ayudó a dar forma a este continente”. Y añadió: “Cuantos más bisontes haya, mejorarán los ecosistemas para todos los demás animales”.
El relato de Yellowstone se entiende así como una tensión constante entre conservación y explotación, entre libertad y control. Y quizá lo más irónico sea que esos animales gigantescos, antaño perseguidos sin descanso, hoy resulten imprescindibles para que el parque siga latiendo como un ecosistema vivo.
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