Sacrificas tu salud por “el bien de los tuyos”, postergas indefinidamente tus objetivos vitales y siempre necesitas la validación de los demás para tomar decisiones: te has puesto en el último lugar. Son tres de los diversos rasgos que definen el autoabandono, un proceso lento y, a menudo, silencioso que pasamos por alto pero que tiene graves consecuencias en la salud física y mental del individuo.
Si cumples con varios de los indicadores que reseñamos a continuación, es hora de cambiar y dedicar tu tiempo y esfuerzo, también, a ti mismo: porque si, para satisfacer a los demás, debes sacrificarte tanto, no merece la pena. Aquellos que (realmente) te quieren sabrán entender que el autocuidado requiere un tiempo y esfuerzo que no vas a poder dedicarles a ellos: el día tiene 24 horas y varias de ellas son “tuyas”. No te olvides.
Ocho señales de autoabandono: la madurez no es un ‘ceda el paso’ permanente
Mujer cansada y niños jugando – Pexels
El autoabandono puede ser muy evidente cuando conlleva problemas graves a nivel físico o psicológico, pero también más sutil, cuando ni siquiera tú mismo notas que has iniciado el proceso. Por eso, indicadores como los que siguen te pueden ayudar a poner freno al autoabandono implementando estrategias de autocuidado.
Descuido de la salud física. Es el rasgo más habitual de autoabandono que incluye desde dejadez en la dieta hasta “pasar” de una prueba médica rutinaria porque “seguro no tengo nada”. Por aquí se empieza… y se puede terminar muy mal si no le pones freno a tiempo. De hecho, en no pocos casos son nuestra familia y mejores amigos los primeros que nos dan la voz de alarma: “te tienes que cuidar”. Pero nosotros, “como podemos con todo”… “pasamos de todo (lo nuestro)”, empezando por la salud.
Renuncia. Es uno de los términos claves del autoabandono, un proceso de renuncia (global) que termina por demacrar la ilusión. Si bien la madurez conlleva muchas e inevitables renuncias (por falta de tiempo, especialmente), asumir responsabilidades no es solo renunciar a “tus cosas”. En este sentido, se trata de uno de los mayores retos de nuestra vida: elegir a qué debemos renunciar… y a qué no.
Antepones (siempre) a los demás. Si en tu rutina diaria te pasas el día haciendo cosas (y “cosillas”) por los demás y te conformas con dejarte caer sobre la cama cada noche, es que vas por mal camino. Como sucede cuando circulamos y debemos diferenciar cuándo unos tienen preferencia… y cuándo la tenemos nosotros: no veas una señal de “ceda el paso” permanente en tu día a día.
Niegas tus emociones viscerales. El autocontrol emocional es esencial para la vida social, pero no hay que confundirlo con negación emocional, un rasgo muy presente en las personas en proceso de autoabandono que ni siquiera “tienen” tiempo para sentir, ocupadas como están en cuidar los sentimientos de otros.
Actúas en disonancia con tus valores. Otra clave del autoabandono “intelectual”. Debido al ritmo de vida que llevas y a la influencia de tu entorno, terminas por seguir la corriente abandonando, también, tus valores, tus creencias, porque llegas a considerar que no son válidas: te estás invalidando a nivel intelectual. Es una actitud muy lesiva para nuestra salud mental al atentar contra nuestra personalidad e identidad.
Búsqueda de validación externa. En relación con lo anterior, las personas que se abandonan y renuncian a buena parte de los valores que configuran su individualidad terminan por requerir permanentemente la validación de su círculo social para tomar decisiones. Recuerda que somos seres sociales, pero también individuales: nadie puede aislarse por completo del entorno, pero si renunciamos a nuestra individualidad por “encajar” terminamos alienados, inermes, a merced de la presión social.
Autoexigencia y perfeccionismo. Otro (paradójico) rasgo del autoabandono. Tu nivel de exigencia es tal que no toleras el fallo ni en el trabajo, ni en las relaciones sociales… ni haciendo un cocido. Sí, a veces nos equivocamos con la sal, no escribimos el artículo como deberíamos o no tomamos la decisión adecuada con el problema de nuestro hijo. Cuanto más nos frustremos con los fallos y los consideremos inaceptables, más nos alejamos de la realidad: la autocrítica es buena (y necesaria) para progresar, pero si aspiras a la perfección acabarás dinamitado por la frustración permanente.
Abandono de tus ilusiones. Y el último rasgo de autoabandono es ese proceso tan habitual de desilusión que puede conllevar una suerte de “muerte en vida”: cuando vives por y para otros (menos para ti mismo) y te ves tan alejado de tus objetivos vitales y de tus “viejas” ilusiones que ya no te reconoces. Vivir, sentir y contribuir a las ilusiones de los demás es positivo, pero siempre que ese proceso no conlleve al abandono de las tuyas. Efectivamente, no podemos cumplir con todas nuestras ilusiones, pero siempre (hasta el final) hay que mantener algunas a flote, las más decisivas. Ya lo decía Kant en su triple receta para la vida: ten algo que hacer, alguien a quien querer y algo que esperar, porque la esperanza, no solo es lo último que se pierde, sino lo primero que te sostiene. Si abandonas por completo la esperanza, la ilusión, te habrás perdido, te habrás abandonado.
Si cumples con varias de estas señales y tu círculo social, amigos y familiares no es suficiente apoyo para reconducir tus rutinas hacia un mayor y mejor autocuidado, acude a un profesional antes de que el abandono termine por deteriorar gravemente tu salud física y mental.
QvaClick recopila noticias desde fuentes oficiales y públicas. Los derechos pertenecen a sus respectivos autores y editores. QvaClick no se hace responsable de los contenidos externos enlazados.