Como bisagra a la concesión del Premio Formentor y las conversaciones que lo acompañan y que este año se celebran en Aranjuez, la fundación organizadora suele convocar anualmente a distintos sectores del ecosistema editorial y en esta ocasión, este jueves y viernes, han sido llamado un puntal del mismo, los editores, no solo los españoles, también de países como Italia, Alemania, Francia, Portugal o Reino Unido o Finlandia.
Han sido una treintena de voces llamadas a evaluar un futuro que por regla general todos (o prácticamente todos) ven como incierto. Especialmente, porque la Inteligencia Artificial, el gran tótem del siglo XXI, ha irrumpido con fuerza cambiando el modelo de funcionamiento de nuestras vidas tan rápidamente y de forma tan subrepticia que a casi todos ha pillado con el pie cambiado y sentimientos encontrados.
Las Conversaciones Formentor en su XVIII edición, que se celebran en el Hotel Barceló Occidental de Aranjuez, del 2 al 5 de octubre, han dedicado las dos primeras sesiones al Coloquio de Editores Europeos. / Sonia Troncoso
Miedo -la mayoría- a que la preservación del valor humano en la cultura se diluya, a que las grandes compañías tecnológicas que controlan la IA y sus modelos de suscripción diluyan los ingresos de los editores y autores, dificultando que estos últimos vivan de su trabajo como apuntó la agente María Lynch o que profesiones menos visibilizadas y más frágiles (traductores, correctores, maquetadores e ilustradores) puedan ver su trabajo precarizado o reemplazado como señaló el editor de Penguin Random House Miguel Aguilar. Y eso sin contar que editores como el mismo Aguilar o Juan Cerezo de Tusquets admiten haber detectado el uso de la IA por parte de algunos autores que pretendían publicar en sus respectivos sellos, sin conseguirlo finalmente.
Algunos integrados
Frente a ellos, voces menos apocalípticas -en el sentido que le dio en su día Umberto Eco- como Joaquín Palau, que en su sello Arpa no se ocupa de la ficción literaria y sí del ensayo y quita hierro al temor considerando que la IA es tan solo una herramienta para optimizar el trabajo editorial mientras que la autora Estrella de Diego argumentó que la IA es sencillamente una manifestación más de tecnologías que han estado presentes en nuestras vidas en los últimos años como el photoshop o Siri, y llama a poner el foco en la creciente falta de atención de jóvenes y no tan jóvenes a la hora de enfrentarse a una lectura profunda, cada vez más dificultosa.
El editor italiano Gianlucca Foglia, director editorial de Feltrinelli, propietaria de Anagrama, llamó a proteger un pacto delicado y fundamental. “La grandeza de la ficción literaria del siglo XX se basó en una fuerte alianza entre editores y autores, en la que los primeros protegían a los segundos y la IA amenaza esta alianza”, alertó.
La voracidad de la IA
Ante esta situación el periodista y autor Sergio Vila-Sanjuán alertó del peligro de encargarle a la IA una corrección editorial antes de que el libro sea publicado porque “si alguien traductor o editor coloca en la IA un libro y ese libro tiene elementos novedosos, en el mismo momento en que entran en la inteligencia artificial dejan de serlo y pasan a ser patrimonio universal”. La IA es muy voraz a la hora de alimentarse con textos por los que no paga derechos de autor como constató Javier Gutiérrez, director general de la VEGAP, entidad de gestión colectiva de los derechos de propiedad intelectual que destacó los funcionamientos disruptivos por parte de empresas muy conscientes del marco legal, el de la Convención de Berna, pero que deciden saltárselo y prefieren pedir perdón a pedir permiso”. Y llamó a convocar un gran convenio universal del derecho de autor en la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual que busque generar compensaciones económicas a esa sustracción indiscriminada que técnicamente todavía es posible cuantificar.
Silvia Sesé, directora editorial de Anagrama destacó cómo pese a la tecnología pujante, el libro todavía tiene un poder innegable para provocar un debate social, como fue el caso en la decisión editorial de no publicar ‘El odio’ de Luisgé Martín que ha llevado incluso a generar propuestas de cambios legales.
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