Entrevistan a trabajadores y estos alertan que la IA no es la solución mágica esperada y puede generar nuevos problemas

La inteligencia artificial se ha convertido en la gran apuesta para reactivar la productividad global. Empresas tecnológicas, consultoras y gobiernos la promocionan como la herramienta capaz de acelerar el trabajo y abaratar costes. Incluso el gobierno federal australiano la colocará en el centro de una próxima mesa redonda sobre reformas económicas.

Sin embargo, la evidencia de sus beneficios reales está lejos de ser clara. Una investigación en curso con funcionarios del servicio público de Victoria revela que la implantación de la IA en entornos laborales suele ser más lenta, costosa y complicada de lo que se anuncia. “Los datos son el trabajo duro”, resumió uno de los entrevistados, aludiendo a la necesidad de contar con información estructurada y de calidad para que los sistemas funcionen.

El estudio muestra que las grandes organizaciones, con más recursos, pueden permitirse ensayar pruebas piloto y explorar diferentes usos. En cambio, las más pequeñas apenas logran costear la integración y el mantenimiento de estas herramientas. El resultado: una brecha creciente en el acceso real a la innovación.

A esto se suman los riesgos. Los empleados expresaron dudas sobre la privacidad y seguridad de los datos que se comparten con multinacionales tecnológicas. También señalaron la posibilidad de que estas plataformas introduzcan nuevas funciones sin supervisión previa, generando flujos de información difíciles de controlar y con potenciales consecuencias legales o éticas.

En cuanto a la productividad, la IA ha demostrado ser útil en tareas simples como tomar notas o atender consultas básicas. No obstante, cuando se aplica en funciones más complejas, la supervisión humana necesaria para garantizar la calidad del resultado suele reducir drásticamente las ganancias de eficiencia. Además, varios trabajadores admitieron sentirse incómodos al depender de un sistema que transcribe conversaciones internas o maneja información sensible.

El impacto sobre el empleo tampoco es menor. En algunos casos, la IA sustituye tareas rutinarias; en otros, convierte a los trabajadores en meros supervisores de algoritmos, lo que genera frustración y sensación de alienación. Para colmo, la tendencia a usar estas herramientas para tomar atajos sin comprender sus limitaciones añade más incertidumbre y posibles sesgos.

En definitiva, los testimonios recogidos dibujan un panorama alejado del optimismo con el que la IA suele presentarse. Más que una solución mágica para disparar la productividad, su despliegue plantea una serie de retos económicos, organizativos y éticos que todavía están lejos de resolverse.

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