¿Qué dibujos animados aportan más a los niños pequeños? La ciencia tiene su claro ganador y lo recomienda a todos los padres

Muchos padres utilizan el televisor como un recurso rápido para calmar los lloros de sus hijos. En esas pantallas suelen aparecer canciones pegadizas, desde La granja de Zanón hasta Los Cantajuegos, que se repiten una y otra vez hasta resultar agotadoras para los adultos.

Ese tipo de contenidos están diseñados con estímulos sencillos que atrapan a los más pequeños gracias a sus melodías y colores brillantes. El efecto inmediato consiste en mantener al niño quieto y entretenido, lo que explica su enorme popularidad en hogares con bebés y preescolares.

Sin embargo, este hábito abre una cuestión más amplia sobre qué dibujos animados convienen realmente a los niños en su desarrollo cotidiano, y ahí entra en juego la serie australiana Bluey.

Los expertos advierten que una parte de la industria infantil recurre a estrategias basadas en estimular los sistemas de recompensa del cerebro. Escenas muy rápidas, cambios constantes de color y estímulos visuales intensos consiguen que los niños experimenten liberaciones de dopamina. Esa sustancia, vinculada al placer, resulta beneficiosa en determinados contextos, como en las relaciones sexuales para favorecer la reproducción, pero también se encuentra en el origen de muchas adicciones cuando el cerebro aún no está maduro. Así se entiende que algunos programas y series infantiles consigan que los pequeños pidan ver capítulos de forma continua sin mostrar señales de cansancio.

Un equipo australiano estudió cómo Bluey promueve la resiliencia en los más pequeños

La investigación llevada a cabo por científicos de CQUniversity en Australia se centró en una alternativa distinta. Vieron los 150 episodios de Bluey emitidos en sus tres primeras temporadas y examinaron cómo esta producción fomenta la resiliencia infantil. Los resultados fueron realmente positivos. Bradley Smith, profesor de psicología y autor principal del estudio, señaló: “Bluey no solo entretiene a los niños, también les muestra cómo afrontar los altibajos de la vida”. La cita apareció en un artículo de The Conversation, donde se explicaba que el análisis partía del marco de resiliencia creado por Edith Grotberg en 1995.

Este marco distingue tres dimensiones. La primera, denominada soy, incluye valores internos como la confianza y la autoestima. La segunda, puedo, se centra en habilidades prácticas para resolver problemas y gestionar emociones. Y la tercera, tengo, se refiere a las redes de apoyo que rodean al menor. Los investigadores clasificaron los episodios de Bluey dentro de estas categorías y comprobaron que casi la mitad contenían la resiliencia como tema principal o secundario. En frecuencia solo superaba esa presencia el juego creativo, con un 30% de los capítulos.

En gran parte de los episodios, los adultos actúan como referentes emocionales y ayudan a que los niños transformen tropiezos en aprendizajes

En gran parte de los episodios, los adultos actúan como referentes emocionales y ayudan a que los niños transformen tropiezos en aprendizajes
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La figura de los padres aparece como motor de aprendizaje en más de un 64% de los casos, especialmente la madre del personaje principal. En el episodio The Show, Bingo derrama un desayuno y se echa a llorar. La madre responde con una enseñanza concreta: “Lloro un poco, me levanto, me sacudo y sigo adelante”. Más tarde, Bingo repite esa misma frase cuando vuelve a fallar, mostrando que el mensaje ha sido interiorizado.

Otras escenas analizadas muestran ejemplos de resiliencia en clave infantil. En Keepy Uppy, tras reventarse un globo durante un juego, los personajes sonríen y dicen: “Bueno, ha sido divertido”. Ahí se observa cómo aceptan la frustración y la transforman en una experiencia positiva. En Seesaw, Pom Pom consigue subir al columpio con esfuerzo y proclama: “Los pomerania son pequeños pero resistentes”. La frase evidencia la categoría del soy en la que la confianza personal es determinante.

El análisis también destaca un episodio de la tercera temporada, Sheepdog, donde la madre de Bluey pide “20 minutos” de descanso. Su hija teme haber hecho algo mal, pero poco después utiliza esa misma frase en un juego con sus muñecos, revelando que ha entendido la importancia del autocuidado. El estudio concluye que este tipo de escenas enseñan a los niños a regular emociones y a comprender que incluso los adultos necesitan tiempo para sí mismos.

Comentar los capítulos en casa ayuda a que los niños integren mejor lo que han aprendido

Ver la serie junto a los padres amplifica todavía más el efecto. Los investigadores subrayan que las conversaciones posteriores a cada capítulo ayudan a que los niños relacionen lo visto con su propia experiencia. Preguntas como “¿qué crees que sintió Bluey?” o “¿te ha pasado algo parecido?” sirven para que el aprendizaje se transforme en hábito real.

Emitida por primera vez en 2018, Bluey se ha convertido en la serie infantil australiana con mayor repercusión internacional. Su éxito no se debe a melodías repetitivas ni a estímulos exagerados como otros contenidos, sino a la naturalidad con la que muestra situaciones familiares reconocibles y a su capacidad para transmitir herramientas emocionales útiles. En ese equilibrio entre entretenimiento y enseñanza radica el motivo por el que tantos especialistas recomiendan verla con los hijos.

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