La irracionalidad como arma

Teresa es una señora de 93 años con una memoria excelente. Para ella, la historia reciente está tejida de recuerdos. Nacida en un mundo sin apenas vacunas, los estragos de los virus y las bacterias dejaron un rosario fúnebre de nombres propios. Aquella amiga del colegio, su prima más querida o los gemelos de la tienda de la esquina. Niños muertos o con secuelas permanentes por la imposibilidad de vencer unas enfermedades cuyo anuncio hacía empalidecer a los padres. Eran males de rezos, impotencia y crespón negro. Ella vivió el final del miedo. Sus hijas ya disfrutaron de un plan de vacunación. Ahora se pregunta qué jugarreta del destino afectará a sus futuros nietos.

Florida dejará de exigir la vacunación obligatoria. Los niños podrán asistir a escuela sin las dosis protectoras contra las paperas o el sarampión (justo ahora, cuando se ha registrado en EEUU el mayor número de casos anuales de sarampión en 33 años). El responsable de salud de Florida ha asegurado que la obligatoriedad es “desdén y esclavitud” y ha justificado su decisión porque el cuerpo de los niños es “un regalo de Dios”. Lo que ocurrirá, ya está escrito. Primero caerán los pequeños más débiles, aquellos que sufren patologías previas. Ya se sabe, designio de Dios.

En un escrito conjunto, varios exdirectivos de instituciones sanitarias estadounidenses han advertido sobre los desmanes del actual secretario de Salud, Robert Kennedy Jr. En apenas seis meses, el polémico activista antivacunas ha despedido a miles de trabajadores de la salud, ha debilitado gravemente los programas de prevención del cáncer, los infartos o los accidentes cerebrovasculares entre otros, ha alentado tratamientos no probados contra el sarampión y ha desincentivado su vacuna, ha sustituido asesores expertos por personas con peligrosas opiniones acientíficas y ha defendido un cambio legislativo que dejaría a millones de personas sin seguro médico y a los niños pobres, sin acceso a las vacunas.

Un nuevo oscurantismo va ganando terreno. Su presencia en el gobierno de Trump no es fruto de la excentricidad. La tecnología (y el inédito mundo que dibuja) funciona como caldo de cultivo del miedo y la pandemia dio alas a teorías anticientíficas que no eran nuevas, pero que se afianzaron en un momento de especial zozobra. Los recortes de Trump a la ciencia tienen una motivación económica, pero también cumplen un objetivo de control social.

Excitar la desconfianza hacia todo lo que se supone sólido (de la ciencia a las instituciones, pasando por los valores humanos básicos) y fomentar la desorientación y la ignorancia no deja de ser un modo de demoler la capacidad crítica de la ciudadanía. Con el derrumbe del conocimiento y la verdad de los hechos, la libertad del individuo se cuartea. Así se dibuja una sociedad más manipulable y un gobierno más libre para hacer y deshacer a su antojo y beneficio.

Teresa no entiende el derrumbe de tantos logros. En su calendario, ya tiene señalado el inicio de la campaña de vacunación. A final de mes, gripe y covid.

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