En un contexto geopolítico cada vez más polarizado y en el que hay dos visiones del mundo enfrentadas y tratando de imponerse una a la otra, el futuro de Internet está en el aire.
Mientras Estados Unidos lucha por mantener su hegemonía política, económica, social y tecnológica, China -acompañada de Rusia- intenta arrebatarle el trono.
Algo patente en el mundo de la tecnología, en el que hasta ahora Estados Unidos era el ‘rey’ y en el que China lleva años comiéndole terreno. Algo que se ha acelerado con la llegada de la Inteligencia Artificial Generativa.
Una guerra que amenaza con cambiar el ecosistema de Internet basado en redes “abiertas” por uno compuesto por pequeños “silos nacionales” en los que cada Estado impone sus propias reglas para tratar de controlar el maná de los datos.
Algo que ya ocurre en China, donde se ha instaurado una arquitectura cerrada mediante el modelo de “New IP”, que instaura una red de “seguridad intrínseca” y que permite desactivar el acceso de los usuarios en cualquier momento.
Una desconexión física o, simplemente, derivando sus peticiones a páginas alternativas bajo control gubernamental. Algo que convertiría Internet en “un lago estancado” de datos, innovación y conocimiento.
De hecho, esa restricción del flujo libre de datos es lo que se ve como “una victoria para China”, pues permitiría avanzar en el modelo de “censura y vigilancia gubernamental”.
Un panorama aterrador que podría no estar muy lejos, según describe el exvicepresidente de Asuntos Globales y Comunicación de Meta, Nick Clegg, en el libro que presenta esta semana en Reino Unido bajo el título Cómo salvar Internet.
Para evitar ese cambio de paradigma que afectaría de lleno a las democracias occidentales, propone un gran acuerdo entre potencias “tecno democráticas”.
Nick Clegg se unió a Facebook en 2018. Llegaba a Silicon Valley como un “emigrado del mundo de la política británica y europea”.
Lo hizo en buena medida atraído por la necesidad que veía de ayudar a “tender puentes” entre el mundo tecnológico y el político. Sobre todo después de lo ocurrido con Facebook en 2016 a cuenta del escándalo de Cambridge Analytica.
Ayudó también el tener la oportunidad de vivir en Silicon Valley, un lugar “inventado” en California que atrae una mezcla de mentes del capital riesgo e ingenieros de software. “Un imán para gente inteligente y llena de creatividad” que denota también un cierto “idealismo liberal utópico”.
Pero con el tiempo todo fue cambiando. Allí denotó que la mentalidad de ingeniería, acostumbrada a cuantificar todo, acabó “eliminando” la humanidad de sus decisiones. Eso llevó a un aislamiento geográfico de la gente común, que unido a grandes fortunas que sólo se relacionan entre ellas ha llevado a un “alejamiento de la realidad”.
Una situación que, a su juicio, también ha contribuido a que exista esa imagen de “villanos capitalistas” que sólo buscan el poder y el dinero a costa de manipular a los ciudadanos.
Básicamente entre Estados Unidos, la Unión Europea y la India junto a otras potencias democráticas para “salvar Internet”.
Algo que se ha hecho más necesario si cabe con el aterrizaje forzoso de la Inteligencia Artificial Generativa, que “trasciende el ámbito de la competencia” entre actores privados para convertirse en una cuestión política.
Máxime por el avance chino en lo que se refiere a la Inteligencia Artificial Generativa, pues Washington considera que amenaza su tecnorreinado.
Eso es lo que explica esa política de “proteccionismo” tecnológico que viene desarrollando Estados Unidos en los últimos años. Primero con Joe Biden y ahora con Donald Trump.
La situación actual es la demostración palpable de que “la real politik de la política internacional” ha chocado de lleno con la naturaleza “sin fronteras” y “globalista” con la que se concibió Internet.
Clegg, que fue exviceprimer ministro del Reino Unido, se define como un “político pragmático más que como un tecnólogo” y cree que ese plan de defensa de la Red debería sustanciarse bajo dos puntos esenciales.
El primero, el mantenimiento de un Internet abierto que defienda un “modelo multilateral para la gobernanza de datos”.
El segundo, “compartir la Inteligencia Artificial” mediante acuerdos de “propiedad común”, reduciendo barreras comerciales y proporcionando una cadena de suministro de semiconductores que sea “independiente” de China.
Clegg considera que ese acuerdo sería un win-win para todas las partes.
Mientras Estados Unidos se mantendría como potencia tecnológica, la Unión Europa se beneficiaría de los recursos americanos (especialmente armamentísticos) y se podría centrar en el desarrollo de las “capas de aplicación” de la IA.
Marck Zuckerberg y Nick Clegg en una foto subida a X por el responsable de Asuntos Globales de Meta.
Fue él quien llevó al político a la sede de Meta, entonces Facebook, para reunirse con el fundador Mark Zuckerberg y la que era directora de operaciones, Sheryl Sandberg.
¿Y cómo es el dueño de Facebook? Un “innovador visionario” con una “curiosidad infinita y una competitividad infatigable”. Algo que ha, según Clegg, ha mantenido en el tiempo. Algo que no es habitual en las personas de éxito.
India, por su parte, reduciría su dependencia de China e impulsaría su sector tecnológico nacional.
Una visión un tanto holística que responde a la creencia del ex político británico de que la IA, desgraciadamente, no va a crecer tan rápido como Internet ni de forma tan “abierta”.
De hecho, a lo largo del libro explica de forma detallada que existe el riesgo de que se “afiance el tecno-nacionalismo como norma global”. Un movimiento impulsado por Estados Unidos y China.
¿Y qué pueden hacer el resto de países? Pues “intentar unirse a la carrera de la IA” o convertirse en estados que vayan a rebufo de las dos grandes potencias.
Ahora bien, Clegg insiste en que la Unión Europea puede jugar un papel esencial en este nuevo ecosistema. De la mano de Estados Unidos puede hacer valer su “potencia regulatoria”, mucho más moderna y efectiva que la americana.
Inglaterra, por su parte, puede poner encima de la mesa su potencial investigador mientras que otros países como Emiratos Árabes Unidos pueden aportar sus estrategias de IA.
El expolítico británico se muestra convencido de que la Inteligencia Artificial Generativa es lo que va a marcar el futuro: “Será la mejor herramienta de resolución de problemas” creada hasta ahora.
De hecho, carga contra los “tecno catastrofistas” y suscribe la teoría de aquellos que sostienen que el “fatalismo de la IA tiene un gran interés comercial” detrás con el objetivo de alarmar a los políticos.
Sin embargo, Clegg considera en el libro Cómo salvar Internet que ahora lo esencial es centrarse en mitigar los riesgos “más prosaicos” de la IA actual, en lugar de estar pensando en lo que puede ocurrir en el futuro con modelos que aún no existen.
Para él la IA generativa permite “personas corrientes empoderadas” y, aunque asume que tendrá efecto en determinadas industrias creativas (y de ahí la huelga de los guionistas de Hollywood en 2023), abrirá “habilidades creativas” para la gente.
No sólo eso. Considera que será esencial en los diagnósticos médicos, en la educación y en la productividad.
Este último es uno de los problemas que aborda con más profundidad el expolítico. Considera que las economías desarrolladas necesitan una “mejora de la productividad”, y con la IA es factible conseguirla.
Ahora bien, también asume que habrá pérdida de puestos de trabajo, reconversiones… Y todo ello puede conllevar la “ruptura del contrato social” por parte de las nuevas generaciones, que tienen más sobrecarga de trabajo y están peor pagadas.
Es por ello que reclama a la clase dirigente actual que aborde nuevas políticas sociales, que se aborden con la “flexiseguridad” que hay en los países nórdicos y que asuma que las nuevas generaciones tendrán una “vida laboral de cambios constantes”.
Sobre todo porque todo apunta a que con la IA generativa va a haber una sociedad con menos horas de trabajo que requerirá de más y nuevos servicios públicos.
Clegg cree que la IA Generativa va a provocar también un aumento del interés de los ciudadanos por proteger sus datos, y por tener la capacidad de controlarlos.
Por ello insiste en la importancia de la regulación, porque desde la crisis financiera y con el auge de los populismos, empieza a existir un rechazo de las tecnologías por parte de muchos ciudadanos.
Eso obliga, según el expolítico, a coger el toro por los cuernos y abordar unas “nuevas reglas del juego”. Especialmente en materias como la privacidad de los datos, el contenido ilegal o la competencia entre empresas tecnológicas.
A su juicio, y aquí se deja ver su pasión tecnológica y su paso por Meta, porque la “ausencia de regulación” ha colocado en una posición “incómoda” a las empresas.
Esa ausencia de regulación obligó a tomar medidas de forma individual a cada compañía a través de unas “reglas únicas para todos” que, después, tenían que ser adaptadas a las normativas (y culturas) locales de los países en los que operan.
Sobre todo en lo que se refiere a cuestiones como libertad de expresión, seguridad, privacidad…
Ahí está, por ejemplo, la capacidad de visibilidad que logró el movimiento #MeToo, el Black Lives Matter o la Primavera Árabe.
Sin embargo, eso ha provocado también que las plataformas se hayan convertido en “un pararrayos de los choques culturales” sobre los discursos que son o no aceptables.
Pone como ejemplo los debates sobre lo que es aceptable y lo que no en cada sociedad. Los desnudos o las armas son ejemplos de ello.
En Cómo salvar Internet, el exviceprimer ministro británico confronta el modelo de moderación de Facebook (que cuenta con una Junta de Supervisión independiente) con el de Twitter que, desde la llegada de Elon Musk, se “ha inclinado hacia la libertad de expresión sin restricciones”.
Incide, por ejemplo, en la decisión de Meta de suspender las cuentas de Donald Trump en Facebook e Instagram tras el ataque al capitolio de Estados Unidos el 6 de enero de 2021.
Fue el propio Clegg el que decidió suspender “indefinidamente” el acceso a Trump en lo que supuso una acción “sin precedentes” para Meta.
Es lo que llama la “paradoja del poder”. Mientras se ha democratizado el discurso y se ha empoderado a muchas personas gracias a la IA, las decisiones sobre la conversación pública se han centralizado en empresas privadas que no deben rendir cuentas ante usuarios o gobiernos.
Retrata en este punto cómo la izquierda tradicionalmente ha reclamado quitar más contenidos mientras que, ahora, la derecha presiona también pero en sentido contrario alegando que existe censura a las voces conservadoras.
La presión sobre las tecnológicas aumenta con la polarización de la sociedad, relata el expolítico británico, quien considera que todas estas consideraciones convierten a las empresas en “entidades políticas les guste o no”.
Eso las obliga a tomar decisiones y, también, a moverse en las procelosas aguas de la política.
Clegg reconoce este poder político, económico y también social acumulado por estas grandes compañías.
Una “acumulación de poder” y de “años de negarse a ser escrutadas” que han provocado ese sentimiento de “desconfianza” sobre ellas por parte de la sociedad.
Esas sospechas irán a más, explica el expolítico, a medida que la IA Generativa vaya ganando terreno, pues una vez más pocas empresas irán acumulando más poder (y más datos personales).
Por eso insiste en que lo que hay que hacer es obligar a esas grandes empresas a ser transparentes, pero también ponerles límites.
A su juicio la solución no es trocear las compañías como se plantea Estados Unidos, sino obligar a las Big Tech a dirigirse a un enfoque más europeo.
Nick Clegg atiende a EL ESPAÑOL.
José Ignacio Ramirez Armijos
Es decir, a que tengan cada vez más regulación que “no busca trocear esas grandes empresas, sino que cumplan con más transparencia, rendición de cuentas y entreguen una mayor soberanía de sus datos a los ciudadanos”.
En Cómo salvar Internet, Nick Clegg también aborda las críticas vertidas contra las redes sociales a las que muchos consideran ya “máquinas” que “distraen, dividen y enloquecen”.
También son acusadas de dar pábulo a la desinformación, los bulos bajo una “sabiduría aceptada” de que su modelo incentiva el contenido emocional para llevar al usuario hacia cámaras de eco y teorías de la conspiración.
Sin embargo, recuerda que a Meta y otras redes sociales no les interesan ese tipo de cuestiones.
Su modelo de negocio consiste en la venta de anuncios para ganar dinero a través de ellos.Por tanto, la idea de que las plataformas “secuestran mentes y nos manipulan” no son reales ya que la gente es capaz de decidir qué quiere consumir y qué no.
Ahora bien, sí reconoce que hay que tratar de legislar para que se proteja a los menores, personas con enfermedades, etcétera.
Estamos, por tanto, ante un completo retrato del funcionamiento de las Big Tech y las redes sociales, en el que Clegg deja clara su apuesta por la tecnología y en el que hace un llamamiento a la acción política para proteger la libertad de Internet.
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